El miedo en el cerebro
🍁 Neurodomingo 2021.43
Estudio sobre del Retrato del Papa Inocencio X de Velázquez es una pintura de 1953 del artista británico, Francis Bacon (1909-1992).
Se trata de una distorsión del Retrato de Inocencio X de Diego Velázquez (1650) del que Bacon realizó unas 50 versiones a lo largo de más de una década (1950-1960). En casi todas el papa aparece gritando dentro de estructuras que parecen jaulas. Bacon decía que lo pintaba una y otra vez simplemente porque «buscaba una excusa para usar estos colores, y no se puede dar a la ropa ordinaria ese color púrpura sin entrar en una especie de de falsa manera fauvista».
Lo cierto es que la imagen del papa gritando es inquietante y aterradora. Del chillido silencioso parecen escaparse el miedo y la angustia existencial, un gesto tan recurrente en la obra de Bacon que raya lo obsesivo.
El miedo como expresión de nuestra conciencia mortal.
La emoción más antigua y poderosa de la humanidad es el miedo.
H. P. Lovecraft
—el miedo en el cerebro—
El miedo es una emoción básica universal que surge como respuesta a una situación de peligro –real o no– y nos pone en alerta para enfrentarnos a ella. Como todas las emociones primarias se caracteriza por:
1. Tener un circuito nervioso propio y distinto del resto de emociones.
Ante una amenaza se activa el sistema de alarma de nuestro cerebro, que tiene su centro en la amígdala, y sentimos miedo. Desde la amígdala se activan otras estructuras.
Unas permiten el procesamiento rápido de los estímulos amenazantes a través de las conexiones con estructuras cerebrales que no podemos activar de forma voluntaria: el tálamo sensorial, el hipotálamo y el sistema nervioso simpático. Se produce entonces un aumento de la tensión arterial y de la frecuencia cardíaca, así mismo, la energía almacenada se desvía hacia los músculos a la vez que se inhibe la digestión.
En un segundo momento –procesamiento lento– el peligro alcanza la corteza sensorial y de aquí se dirige a la corteza cingulada y prefrontal donde se analiza de forma racional.
2. Provocar una expresión facial particular y distintiva
Igual que el grito de Inocencio X según Bacon.

Los 45 segundos más angustiosos de la historia del cine son la máxima expresión del miedo, del terror absoluto…
Seguro que en tu cabeza suena con claridad la música y los gritos de Marion Crane (Janet Leigh). Las cortinas de la ducha nunca volvieron a parecerte inocentes.
Psicosis – Alfred Hitchcock, 1960.
3. Desencadenar pensamientos y sentimientos característicos
La sensación desagradable y angustiosa que produce el miedo es fácilmente reconocible.
El momento inicial, el de procesamiento rápido, podríamos llamarlo «fase cardíaca» del miedo. Por un lado, la activación de la amígdala libera neurotransmisores cerebrales que aumentan el estado de alerta y mejoran el análisis de las señales externas –quedas paralizado–, por otro causa la aparición de las reacciones corporales típicas e incontrolables del miedo –sudas, las pupilas se dilatan, la respiración se acelera y el corazón se te pone a mil–.
Cuando el estímulo alcanza la corteza cerebral, procesamiento lento, aparece una «fase razonable» en la que prestamos mejor atención al peligro -corteza cingulada- para buscar una solución inteligente -corteza prefrontal- que nos saque del apuro. Entonces podemos tomar una decisión inteligente, o sea, una conducta adaptada: pedir ayuda, salir corriendo…
4. Cumplir una función de supervivencia
Gracias al miedo podemos adaptarnos a las amenazas que nos acechan y protegernos de las situaciones arriesgadas, no sólo para nuestra integridad física, sino también la emocional o de nuestra reputación social.
El miedo aparece en cuanto detectamos algo intimidante, que no estamos preparados para afrontar, y nos empuja a alejarnos del riesgo percibido. Sin miedo seríamos temerarios e incluso podríamos poner nuestra vida en peligro.
5. Producir reacciones adaptativas
El miedo regula nuestra conducta al advertirnos del peligro. En este sentido es útil y cumple una función adaptativa porque ante un peligro real nos permite actuar en nuestro beneficio.
Cruzar por el paso de peatones y en verde en una avenida con mucho tráfico, evitar las calles mal iluminadas y con poca gente si vamos solos de noche, acudir a la consulta del médico cuando nos encontramos enfermos… Son muchas las situaciones de la vida cotidiana que hemos adoptado con normalidad gracias al miedo.
La expresión máxima del miedo es el terror, que sucede cuando se desbordan todos los controles del cerebro que permiten pensar de forma racional.
¿Por qué nos gusta pasar miedo?
Lo sorprendente, al menos para mí, es que a algunas personas les gusta pasar miedo. Disfrutan con las películas de terror, de un buen disfraz de Halloween o practicando deportes de riesgo. Insisto, yo no.
Eso es porque la liberación de neurotransmisores que sucede durante el procesamiento rápido del estímulo amenazante –adrenalina y noradrenalina– es muy parecida a la que se libera cuando algo nos resulta excitante y nos hace sentir bien. Pues el miedo, el controlado, el que sabemos que no es real, se experimenta de forma parecida.
En cualquier caso yo soy de las que prefieren controlar esa sensación de miedo y por eso lo máximo que soporto es un buen relato romántico del estilo de los de Gustavo Adolfo Bécquer, H. P. Lovecraft o Edgar Allan Poe.
¿Y tú?
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2 Comentarios
Si comentas, todos aprendemos. ¡Gracias!
Una vez más, Mas, aciertas en la efemérides del culto al miedo.
Y es que, gracias al miedo, seguimos vivos. No estoy seguro de que la ficción literaria o cinematográfica sirva como adiestramiento para controlar el miedo. Hay demasiada carga genética, ancestral, atávica, en el miedo.
Hay otro miedo, más bien social, que es la inseguridad. Y su retrato, la cobardía. Eso hace daño a los demás.
Al final, nada más hay que tener miedo del miedo mismo.
Xavier
Gracias, Xavier, por tu acertada reflexión.