Malas y falsas terapias
❄︎ Neurodomingo 2021.11

—Razón y fantasía—
En sus Caprichos, Francisco de Goya satirizó a la sociedad española de su tiempo.
Se trata de grabados con técnica mixta de aguafuerte y aguatinta en los que los personajes, caricaturizados en algunos casos hasta parecer animales, representan los vicios y las torpezas humanas.
El grabado que iba a ser la portada de los Caprichos, acabó siendo el número 43. Por eso el título –El sueño de la razón produce monstruos– está incluido en la estampa y no en su margen inferior como en las otras.
En los manuscritos contemporáneos a Goya esta inscripción se interpreta como que «La fantasía abandonada de la razón produce monstruos imposibles: unida con ella es madre de las artes y origen de las maravillas».
Y a mí me parece que eso es exactamente lo que pasa cuando los profesionales sanitarios nos distraemos de nuestra labor, que dejamos a los monstruos ocupar el lugar de la razón, que la mala medicina –pseudomedicina, pseudociencia, pseudoterapia– engendra las aberraciones y esperpentos que hacen sufrir, aún más, a los pacientes.
Pseudoterapia – mala terapia
«‘Te invito a mi salón,’ dijo la araña a la mosca
‘Verás que cositas tengo’» (Traducción libre propia)
Esta estrofa final de la canción Lullaby de The Cure está inspirada en una popular fábula infantil La araña y la mosca de Mary Howitt.
En el poema, una moraleja contra manipuladores, la araña acaba embaucando a la mosca que cae en su tela. Justo lo que hacen quienes, profesionales sanitarios o no, pretenden «curar, aliviar o mejorar la salud de otros usando métodos no respaldados por las pruebas necesarias para garantizar su efectividad y seguridad», palabras de la Organización Médica Colegial para definir una pseudoterapia.

Por pseudoterapias entendemos tanto falsos tratamientos –el reiki– o supuestos fármacos –la homeopatía–, como usar tratamientos fuera de su indicación, es decir, que por ser válidos para una dolencia se pretenden usar como cura de otra. Sucede mucho con las vitaminas, que son curativas en las enfermedades carenciales –como el raquitismo por déficit de vitamina D–, pero no sirven de nada para curar el cáncer, el autismo o el TDAH. Los embaucadores nos la cuelan porque son «sustancias naturales», pero el exceso de vitaminas también produce enfermedades.
También es una pseudoterapia ofertar como válido un tratamiento que podría serlo, pero del que no hay pruebas que demuestren su eficacia –el neurofeedback para tratar el TDAH–.
¡Ojo! Las pruebas, o ensayos clínicos, son imprescindibles para evitar los efectos indeseados, que empeore la enfermedad hasta incluso causar la muerte, o arruinar a la familia.
Otra cosa es un ensayo clínico para un nuevo medicamento o un tratamiento que cumple todos los requisitos legales y éticos de la investigación. Eso no es una pseudoterpia pues no hay engaño alguno.
A mí no me engañan…
Nadie está exento de caer en las trampas de los embaucadores.
El premio Nobel de química Kary Mullis, creador junto a Michael Smith de la hoy en boca de todos PCR (reacción en cadena de la polimerasa) fue un negacionista del virus del SIDA. Vamos, que hasta los más inteligentes y preparados caen en las trampas de la mala medicina, así que no te sientas mal si a ti también te pasa o te ha pasado.
Esto nos sucede porque somos sugestionables y vagos… A nuestro cerebro le resulta mucho más fácil y cómodo aceptar una solución sencilla que explique un problema complejo. Digamos que preferimos ir por el camino más corto, aunque nos lleve a sitios que no nos convienen.
Así se aprecia en la historia de la ciencia, y por tanto la de la Humanidad. Una sucesión de claroscuros en los que cada vez que la razón se durmió los monstruos, siempre acechantes, no perdieron la oportunidad de cautivarnos y acomodarnos en la pereza de lo fácil.
También somos más vulnerables en las cuestiones ajenas a nuestra profesión o especialidad. He conocido a especialistas en oncología que discuten la existencia del TDAH o a pediatras que no creen que los trasplantes sean una opción terapéutica… Y aquí la responsabilidad de los medios informativos es enorme. Los temas de salud interesan mucho, tanto que ocupan hasta el 50% de las noticias (eso antes de la pandemia por COVID, ahora el porcentaje será mucho mayor), pero debemos ser críticos en su consumo. Yo era gran fan del programa «Salvados» de Jordi Évole, hasta el día en que se emitió el programa sobre TDAH y comprendí que, aunque es periodista, aquello que hacía no era investigación periodística. Fue un programa lleno de falsedades y sesgos en el que sólo había invitado a batas blancas sin especialidad en TDAH, ni siquiera en neurodesarrollo, ¿qué valor pueden tener sus opiniones frente a la evidencia de miles de estudios?
Y por fin los sentimientos. ¿Cómo aceptar que un problema de salud no tiene solución? Y más cuando afecta de forma irremediable a la salud o la vida de una persona querida. Aquí nuestra indefensión es absoluta y estamos mucho más predispuestos a probar cualquier cosa que nos devuelva la esperanza. ¿O no es así?
El profesional honrado y preparado
Los profesionales sanitarios, médicos y no médicos, honrados y preparados intentamos mantener la razón despierta. Podemos equivocarnos, pero no buscamos engañar a nadie. Se nos reconoce enseguida, son los que sabemos decir «no lo sé» para evitar que los monstruos entren en la consulta.
Hay dos formas principales de ignorancia profesional.
La primera y la más simple es la falta de legitimidad, es decir, el intrusismo. Cae por su propio peso, pero sucede más de lo que pensamos. No es ético ni honrado asumir como propias de tu profesión o especialidad cuestiones totalmente ajenas a ella. Así el oncólogo no tiene atribuciones para diagnosticar ni tratar a un niño con TDAH, pero tampoco la enfermera, el nutricionista ni el fisioterapeuta, por poner otros ejemplos.
La segunda es el desconocimiento de un problema que, si bien te compete como profesional, no te sientes capacitado para atenderlo adecuadamente porque no lo conoces o no tienes suficiente experiencia en su manejo. Por eso el pediatra que no considera el trasplante como una opción terapéutica, debe remitir al paciente a los colegas preparados, pues la Medicina, como ciencia, sí toma en consideración el trasplante de un órgano en circunstancias determinadas.
y el paciente empoderado
De tanto usar el empoderamiento se nos ha roto…
En mi opinión estar empoderado es algo tan sencillo como saber buscar un profesional honrado y preparado. Esto es, que esté legalmente habilitado para atender tu problema de salud y que no te mienta sobre sus conocimientos.
Ya hemos visto que a todos nos pueden engañar, pero no se lo pongas fácil a nadie. Es tu responsabilidad procurarte la ayuda cualificada, si vas a un electricista a que te levante un tabique, no te quejes luego si la pared se te cae encima al colgar el primer cuadro…
Más difícil es desenmascarar al embaucador, al que dice ser lo que no es o saber lo que no sabe. Observa, ¿reconoce lo que no sabe? ¿Te ofrece otra opinión? Es difícil, pero no imposible.
De todo esto se deduce que lo más importante, lo que sustenta una buena relación médico-paciente, y por tanto facilita el tratamiento del problema, es la confianza. Y la confianza se establece con la demostración de la capacidad técnica, la cualificación, y con la comunicación.
La comunicación
Todos los médicos, y también los demás profesionales sanitarios, creemos que sabemos comunicarnos bien con nuestros pacientes, pero pocos nos damos cuenta de que siempre podemos mejorar, siempre.
Personalmente no sólo me preocupa tener que dar malas noticias, me preocupa cómo darlas.
En su libro Conversaciones con pacientes, José Mari Iribarren Gasca propone cultivar cinco principios para mejorar la comunicación con los pacientes:

- Establecer unos objetivos claros en cada conversación para que el paciente esté, y se sienta, bien atendido.
- Con empatía y compasión. El paciente, niño o adulto, acude al médico con esperanza, pero sobre todo con miedo.
- Genera un entorno de confianza.
- Escucha el relato del paciente, es tu fuente de información.
- Construye un discurso efectivo, es decir, explícate bien.
Cuando sé que una consulta me va a exigir una conversación pausada y difícil procuro reservarle más tiempo. En aquellas en las que voy a tener que dar una mala noticia trato de evitar que se abra la puerta a la pseudoterpias facilitando la comunicación.
Pero la mayoría de conversaciones van a ser impredecibles, así que lo mejor es formarse y prepararse bien para dar la mejor atención posible al paciente.
Cierra la puerta a la mala medicina
Si eres un profesional y te preocupan las pseudoterapias, es tu responsabilidad usar bien las llaves que les cierran la puerta. Así que:
Haz sólo lo que sabes
Comunícalo bien
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