Una Navidad sin el tacto: sensación y sentimiento
El año en que dejamos de abrazarnos
Navidad, una esperanza envuelta en sentimientos contrapuestos. La ilusión infantil y la melancolía adulta. ¡Cuánto duelen las ausencias en las reuniones familiares! En esta Navidad del 2020 no sé si soy capaz de imaginar el duelo de tantos por tantos vacíos prematuros.

Sin embargo, no necesito imaginar cómo se siente la pérdida que aún sufrimos todos: la falta de contacto físico.
Hemos tenido que reducir, incluso eliminar, las muestras de afecto, renunciar a abrazarnos y besarnos unos a otros. No sólo a nuestros familiares más íntimos, pero con los que no convivimos, sino a amigos o colegas que apreciamos. Tampoco hemos podido saludar a los clientes de toda la vida con un apretón de manos o animar a los alumnos con un gesto de afecto ni confortar a los pacientes cogiéndoles la mano. Cada uno en su esfera personal y profesional habrá sentido esta carencia. Personalmente es la que peor llevo.
La expresión cultural de los afectos
La humana es una especie altamente social y el tacto juega un papel central en el establecimiento y el mantenimiento de nuestras relaciones a lo largo de la vida, aunque el uso de gestos de afecto varía según el contexto histórico o en las distintas culturas.

Parece ser que para algunas tribus africanas antiguas besarse era un peligro, pues el alma podía escaparse del cuerpo, por el contrario, para los celtas el beso tenía propiedades sanadoras. Y no sólo para los celtas, en la tradición oral europea el poder del beso es evidente, pues cuando se da con amor verdadero despierta de su letargo a Blancanieves o a la Bella Durmiente.
Por otra parte, en las culturas asiáticas actuales el contacto físico está muy mal visto durante una conversación normal, mientras que en las latinas, en especial las latinoamericanas, es poco habitual que dos personas hablen sin tocarse en ningún momento.
Caricias y emociones
El tacto es sustancial para las relaciones sociales, comunica las emociones de forma muy fiable y es un excelente complemento a la audición y la visión, que son las vías predominantes de la comunicación humana.
Los intercambios táctiles en general, y las caricias en particular, son gratificantes y mejoran el bienestar.
En las relaciones románticas, o en las de los bebés con sus padres, los gestos de afecto alivian las respuestas fisiológicas y psicológicas al estrés. El contacto físico de la pareja disminuye la respuesta aguda al estrés con más eficacia que solo el apoyo verbal; el de sus cuidadores ayuda al niño pequeño a regular su enfado, ansiedad o excitación.
También los profesionales de la salud suelen utilizar el tacto para mostrar apoyo y tratar de aliviar el sufrimiento de los pacientes.
En momentos de angustia parece que los humanos dependemos más de la comunicación no verbal, como el tacto.
El desarrollo del tacto
El tacto resulta un sentido determinante de nuestra historia personal, no sólo porque nos proporciona información crucial sobre el mundo, sino también por su destacado papel en las interacciones afectivas y sociales.

Su desarrollo empieza muy temprano en la vida, es el primer sentido en ponerse en marcha y ya entre la cuarta y la séptima semana de gestación el embrión experimenta sus primeras sensaciones táctiles. Antes de nacer nunca nos han tocado ni hemos tocado a nadie, las membranas que nos envuelven nos separan físicamente de nuestra madre, a pesar de estar íntimamente unidos a ella por el cordón umbilical y la placenta, y tan sólo percibimos sus movimientos que se transmiten a través de las vibraciones del líquido amniótico.
También es el tacto el primer sentido que exponemos al mundo y la primera sensación que recibimos es la de alguien que nos toca mientras nos acompaña en nuestra llegada.
En los primeros meses de vida aprendemos a percibir los límites de nuestro propio cuerpo, las sensaciones cutáneas se combinan con otras modalidades sensoriales y también con las viscerales y las propioceptivas para distinguir que es la piel la frontera entre nuestro interior y lo ajeno, contribuye así a la percepción del concepto del yo.
Por supuesto que nos proporciona la comprensión táctil del mundo –sensación térmica, atracción de la gravedad, la velocidad a la que nos movemos, etc.– y de sus objetos. Progresivamente, con el desarrollo de la habilidad manual y el surgir del lenguaje, pronto aprenderemos a describirlos con palabras que evocan sensaciones tangibles: forma, firmeza, temperatura, textura, peso, volumen, etc.

El tacto mediador de afecto
El tacto nos proporciona información sobre el mundo físico y también sobre nuestras relaciones afectivas. Aunque todo empieza con la estimulación de la piel, las vías nerviosas por las que se transmite una caricia son diferentes a las que propagan los datos materiales corporales o del entorno.
La corteza cerebral especializada en la sensación táctil recibe las impresiones del entorno y está en íntima relación con la corteza motora, como se ve el homúnculo de Penfield, mientras que el movimiento lento del roce amoroso sobre la piel transita por la vía nerviosa que conecta con la corteza de la ínsula, relacionada con las emociones y el sistema límbico.

Las fibras nerviosas que informan directamente al sistema límbico están asociadas con la percepción de los aspectos más agradables y sociales de la estimulación táctil. Incluso se ha sugerido que constituyen parte de un sistema neuronal responsable del mantenimiento del bienestar físico y social en los seres humanos.

El aspecto físico de los bebés –kindchenschema– invita a protegerlos y a acariciarlos, y las respuestas tempranas del bebé a las primeras caricias –su cara sonriente de bienestar en respuesta a los mimos y voz de su madre o que agarre fuerte con su puñito el dedo de su padre–, generan una sensación gratificante en el adulto le predispone aún más a cuidar y mostrar su amor al pequeño a través de las caricias, los abrazos y los besos.
Por favor, no tengáis reparo en responder con cariño a los requerimientos de brazos o de mimos o cosquillas de vuestros hijos. Reforzará el vínculo natural de afecto que sentís por ellos –el cerebro maternal y paternal– y además aprenderán que en vuestros brazos encuentran la seguridad que necesitan para seguir aprendiendo el mundo.
Por eso me inclino a considerar al tacto y la superficie cutánea como órganos sociales.
MJ Mas Salguero – neuropediatra
Cuánto voy a echar en falta los besos y los abrazos en esta Navidad.
Aun en esta adversidad, os deseo una Navidad esperanzada y feliz.
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