Ser paciente o tener paciencia

🌸 Neurodomingo 2021.21

Es el vestíbulo de un hotel, pero podría ser la sala de espera de un hospital, de un centro de salud o de una estación de tren. Como en el resto de su obra, trata aquí Edward Hopper la alienación y lo fugaz. Sus personajes transmiten una mezcla de estoicismo y drama enmarcados por una luz dura y líneas rectas que crean un ambiente incómodo y artificial. Momentos que exponen la vida moderna, nos pasan desapercibidos sin detenernos a valorarlos.

Hopper nunca recibió en vida el reconocimiento que tiene ahora.

—Paciencia y espera—

Esperar es algo que hacemos a diario: en la cola del autobús, con el semáforo en rojo, subiendo en el ascensor… Momentos efímeros que omitimos a nuestra memoria. Paciente o impaciente, la espera se soporta mejor si entendemos qué nos pasa cuando no nos queda más remedio que aguardar.

Quien espera, ¿desespera?

No es lo mismo ser paciente que tener paciencia.

Las personas pacientes pueden impacientarse –aunque por ser la paciencia una característica personal es poco probable que la pierdan–, mientras que incluso los impacientes pueden aguantar distintas situaciones sin desasosegarse.

Tener paciencia –en las situaciones diarias, con las personas o en las calamidades– supone saber esperar con calma. Los pacientes –quienes saben padecer algo o soportar a alguien– se sienten mejor porque pueden serenarse ante las emociones estresantes, adaptarse a las frustraciones y mejorar las relaciones con los demás.

Cada uno tenemos un nivel personal y natural de paciencia, si la mantenemos o no ante una situación determinada depende tanto de la situación en sí como de nuestras experiencias y educación previa.

«¿Hasta cuándo, Catilina, vas a abusar de nuestra paciencia?»

Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?

Marco Tulio Cicerón

Esta famosa frase, con la que Cicerón (Cónsul, orador y filósofo romano del s. I a.C.) inicia su primer discurso contra el traidor Catilina, expresa muy bien cuál es la clave para tener paciencia: saber lo que queda para que algo pase o algo llegue, la percepción del tiempo.

Más o menos todos tenemos una idea general de cuánto tiempo deberían tardar las cosas –ya he tratado antes en el blog la percepción del tiempo y cómo se desarrolla en la infancia–, cuando se demoran más de lo que calculamos es cuando empezamos a desesperarnos. Los semáforos que tienen cuenta atrás o las paradas de autobús que muestran en tiempo real lo que tardará en llegar el nuestro son más soportables.

También nos impacienta el fuerte deseo de un evento, nos parece que el tiempo se detiene y que el momento nunca llega. La espera aumenta nuestra tensión, prestamos más atención al tiempo que llevamos esperando, así que aún se nos hace más larga y aumenta nuestra ansiedad. Pero, si sabemos el porqué del retraso, la espera es menos frustrante. Por ejemplo, en la sala de espera del médico, saber que ha tenido que ausentarse a atender una urgencia.

«La paciencia todo lo alcanza»

Nada te turbe, nada te espante;

todo se pasa, Dios no se muda;

la paciencia todo lo alcanza.

Quien a Dios tiene nada le falta.

Sólo Dios basta.

Santa Teresa de Jesús

Para Santa Teresa de Jesús (religiosa, mística y escritora española del Siglo de Oro, s. XVI) la paciencia es una de las más grandes virtudes humanas y de la fe, sobre todo necesaria para superar los momentos de prueba y dificultad, como muestra en este poema, uno de los más conocidos.

A lo largo de la historia teólogos, filósofos morales y escritores han identificado la paciencia como un aspecto importante de la virtud y la excelencia del carácter. En la tradición judeocristiana, la paciencia es un componente importante de la fe y una virtud del creyente. Efectivamente, varios estudios psicológicos confirman que la paciencia está significativamente relacionada con la trascendencia espiritual y los comportamientos religiosos de la persona.

La persona paciente considera la paciencia un comportamiento positivo para sí misma y los demás con independencia de la recompensa que recibirá por ella. Suelen ser pacientes las personas con una buena capacidad de introspección y que saben encontrar las oportunidades que puede ofrecer la adversidad.

Paciencia y neurociencia

En las situaciones que exigen paciencia basta con esperar y evitar estallar para salir airoso. En otras palabras tener fuerza de voluntad y evitar ser impulsivo.

El experimento de la golosina de Stanford, sobre la capacidad de retrasar la gratificación, realizado a fines de los años 60 y comienzos de los 70, dirigido por el psicólogo de la universidad de Stanford, Walter Mischel.

En este estudio se ofrecía a un grupo de niños que eligieran entre una recompensa pequeña, pero inmediata, o una más grande, pero para la que tenían que esperar unos quince minutos.

Se trata en realidad de una prueba de autocontrol y de inhibición de los impulsos, y su éxito está en relación con la actividad de la corteza prefrontal y cingulada anterior del cerebro y con la serotonina del rafe dorsal del tronco del encéfalo. Todo ello influye también en la capacidad para posponer la recompensa.

Ejercitar la paciencia

En resumen, y como decíamos al principio, la paciencia es un rasgo de personalidad que depende de nuestra predisposición natural, de nuestra educación y de la situación de espera a la que se nos someta.

La buena noticia es que podemos ejercitarla porque es positiva para nuestra salud y para las buenas relaciones con los demás. Tener paciencia en situaciones difíciles, o del día a día, aumenta nuestra confianza y nos hace sentir mejor.

Para ser más pacientes podemos replantearnos las situaciones frustrantes como una oportunidad para cultivar la paciencia, ver lo positivo que podemos sacar de ese momento de desespero y tomárnoslos como un ejercicio, como un desafío para mejorar nuestra personalidad. También nos ayudará relativizar su importancia y ponerlas en el contexto adecuado. ¿Cuánto afecta en realidad a mi vida y mi futuro esta situación? Y, cuando sea posible, ver de qué forma podemos revertir las frustraciones.


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