La religión en el cerebro
🌸 Neurodomingo 2021.14

—Creencias y neurociencia—
Piero della Francesca fue un pintor, matemático y geómetra italiano del Quattrocento. Especialista en la pintura al fresco, cuya técnica innovó con el uso de pinturas al óleo. Sus obras transmiten serenidad. Enmarcadas por formas geométricas que destacan el uso magistral de la perspectiva y el color con que el maestro consigue dar vida a las escenas.
En Las Vidas –la primera enciclopedia de Historia del Arte–, Giorgio Vasari lo llamó El pintor del Borgo Santo Sepulcro y lo describe como el
«mejor geómetra de los tiempos suyos, porque quizás tengan sus perspectivas la más moderna manera, y dibujo y gracia incluso mejor que los otros. Este fue investigador de muchas simplificaciones y facilidades de la dificultad en las modalidades de las cosas geométricas; como abiertamente puede verse en los libros de su composición, conservados la mayoría en la librería de Federico II Duque de Urbino; que junto al renombre de la pintura, aportaron a Piero nombre inmortal.»

Su fresco La Resurrección de Cristo es una obra de madurez en la que queda patente su dominio de la perspectiva.
Cristo en el centro, dividiendo la composición en tres planos con narrativas diferentes a izquierda y derecha, nos mira de frente con el sosiego característico de las obras de della Francesca, reforzando la solemnidad del momento.
Piero della Francesca se autorretrata en el soldado que duerme de frente a nosotros vestido de marrón.
La Pascua de Resurrección que se celebra hoy, es la fiesta central de la Cristiandad y la que da sentido al cristianismo.
Jesucristo pasa de la muerte a la vida, resucita en domingo, al tercer día de su muerte, liberando a la Humanidad de los pecados que la alejan del Creador.
Quizá el coro del Hallelujah de «El Mesias» de Händel sea una de las músicas que más escuchen hoy los creyentes cristianos.
Creer en lo divino
«Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»
Juan 11: 25-26 (La resurrección de Lázaro)
De las muchas características humanas, las que describen y son comunes a nuestra especie, hay cinco –el lenguaje, la fabricación de herramientas, la música, el arte y la espiritualidad– que a través de sus expresiones particulares definen cada una de las diferentes culturas humanas –el idioma, la tecnología, las tradiciones musicales, los estilos artísticos y la religión.
Todos estos esenciales humanos son personales, definen y componen la personalidad individual. Dependen del entorno, que moldea las capacidades innatas de cada uno, y a su vez cada persona influye en el grupo cultural a través de la expresión de estas habilidades.
Compartir idioma, tecnología, preferencias artísticas o religión, facilita el entendimiento mutuo, da sentido de pertenencia y cohesiona grupos sociales. Son evidentes las ventajas evolutivas de cultivarlas, pero a su vez crean un «nosotros» y un «ellos» (raramente un vosotros con los que dialogar) que no desaprovechan quienes quieren influir en el grupo para alcanzar el poder.
Las ideas religiosas personales, desde el ateísmo al fervor, son la manifestación particular de la espiritualidad humana que, hasta en el 50% de su expresión, está determinada por la herencia genética. El sentimiento frente a lo divino sigue pues las mismas pautas que otros rasgos humanos, ¿podemos entonces seguir sus huellas biológicas en el cerebro?
El cerebro religioso
Así pues, el entorno religioso en el que crecemos moldea nuestra espiritualidad, heredamos la religión de nuestros padres de forma similar a como heredamos nuestra lengua materna.
Por otro lado, la enorme diversidad de la expresión religiosa presente en todos los grupos humanos, nos hace pensar que, efectivamente, tiene un sustrato biológico que nos supone una ventaja como especie, de manera similar a otros fenómenos evolutivos, como el lenguaje simbólico o la moral. Al aumentar el tamaño del grupo social, las interacciones se hacen más complejas y se hace necesario el desarrollo de procesos cognitivos acordes a esta complejidad.
Entonces, en la expresión religiosa están involucrados los llamados circuitos sociales, como los involucrados en la crianza, que nos permiten interpretar las intenciones y emociones de los demás, distinguir lo que está bien o mal e identificarnos como miembros de un grupo social. También los «circuitos racionales» que permiten analizar los fenómenos naturales que implican al lenguaje simbólico y al procesamiento de información.
Los circuitos están ahí, son necesarios para casi todas las tareas que podríamos llamar «pensantes» y que implican procesos de abstracción y razonamiento lógico, pero también la intuición. La espiritualidad sería una de estas tareas, no hay un circuito específico que la sustente, sino que emplea circuitos que combinan distintas funciones cognitivas y emocionales.
La experiencia religiosa
Aunque cada religión tiene unas particularidades propias, las personas que practican cada una de ellas pueden compartir el mismo tipo de experiencias.

Por ejemplo, mientras rezan o meditan, tanto las monjas contemplativas –dedican la mayoría de su tiempo a conocer y amar a Dios a través de la oración– como los monjes budistas –que con la meditación buscan aumentar su comprensión y sabiduría para erradicar el sufrimiento– tienen una mayor actividad en las áreas de los lóbulos frontales vinculadas con la atención y la concentración; mientras que disminuye la actividad en los lóbulos parietales, responsables de procesar la orientación temporal y espacial.
La oración islámica tiene otra finalidad. Busca la «entrega de uno mismo a Dios» renunciando al control de la voluntad y a la toma de decisiones, así que el efecto es una disminución en la actividad frontal, el lóbulo que controla nuestras acciones.

Por otra parte, la práctica religiosa intensa parece activar los circuitos de recompensa cerebral. En concreto parece que las personas más religiosas tienen más receptores de serotonina, una de las sustancias químicas que permite la comunicación entre neuronas –neurotransmisor–. También las drogas que activan el sistema de la serotonina –como el LSD, la mescalina o los hongos mágicas– inducen efectos espirituales, lo que explicaría su uso en ciertas prácticas religiosas.
Religión, política y sociedad
En definitiva, para el desarrollo de la religiosidad necesitamos usar los circuitos comunes que nos permiten descodificar las emociones de los demás y asociarlas a nuestros propios objetivos. Pero, además debemos exponernos a una fuente de conocimiento religioso, que influye en cómo nuestro cerebro codifica las creencias y las conecta con otras fuentes de conocimiento.
En las sociedades modernas, el grado de religiosidad de una persona estará pues determinado por el entorno social. Dependerá de la ventaja que le suponga sostener una creencia o sus comportamientos asociados como factor de supervivencia en relación con otros.
Se me ocurre que en nuestra sociedad, la religión tiene cada vez menor peso, pero está siendo (si no lo ha sido ya) sustituida por las ideologías políticas a las que algunos se aferran como si fueran verdades reveladas.
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