Pantallas, niños y crianza

Las nuevas tecnologías y sus pantallas ya no son tan nuevas. Ubicuas en nuestro día a día, los niños no pueden evitar estar expuestos a ellas.

Preescolares, estudiantes de primaria o adolescentes, todos han usado un móvil y, a partir de la ESO, la mayoría tienen uno. Sin embargo, sigue resultando difícil gestionar el uso de pantallas y la mayoría de familias se queja de que los niños, de todas las edades, «están enganchados al móvil».

Los extremos me parecen todos malos. Entre dejarles todo el día con un móvil o impedir que ni siquiera lo toquen, deberíamos encontrar la postura intermedia que les permita aprender a gestionar su uso sin que se convierta en una adicción, pues es innegable que los dispositivos móviles son una herramienta de trabajo y de ocio esencial (¿desde dónde me estás leyendo?).

Se predica con el ejemplo y cuánto antes empecemos a darlo, más fácil será después mantener un uso saludable de las pantallas. Por eso esta entrada la dedico al uso de las pantallas entre los más pequeños. Bueno, en realidad a cómo las usan sus padres.

¿Cómo influyen las pantallas en el neurodesarrollo? De cero a tres años

En los tres primeros años de vida el perímetro de la cabeza aumenta más que nunca, unos dieciséis centímetros, y es la prueba de que el cerebro del bebé está ganando volumen. Crece, sobre todo, porque está formando los circuitos básicos –los que le permiten percibir el mundo y aprender a moverse– que después sustentarán otros más complejos –especializados en la cognición verbal y en la conducta–.

La velocidad a la que se forman estos circuitos tiene que ser impresionante, se calcula que

dos neuronas del hipocampo haciendo sinapsis

de 700 a 1000 nuevas conexiones por segundo.

Es una etapa delicada que merece una atención especial. Lo ideal es ofrecer al niño oportunidades de aprendizaje de calidad, para que esos circuitos fundamentales se constituyan en sólidos cimientos de los aprendizajes posteriores.

La repetición está en la base de todos los aprendizajes y en esta etapa, en la que predominan los sensoriales y motores, es aún más evidente. Los niños no sólo imitan lo que ven que hacen los adultos, sino que lo reiteran una y otra vez para entrenarse a hacerlo bien.

Papá, mamá, dejad el móvil

Así que para educar a los niños en el uso de las pantallas, lo primero que hay que hacer es dejarlas a un lado cuando estamos con ellos, no sólo porque nos imitan, sino también porque lo que los niños necesitan es que sus padres les hagan caso, cuánto más mejor. Hacer caso es cultivar una relación enriquecedora, una que favorezca el desarrollo del lenguaje y el emocional, los pilares de la cognición y la conducta.

Por su propia naturaleza, los teléfonos móviles proporcionan una conexión continua. Sin embargo, salvo las llamadas y depende de quien te llame, los múltiples mensajes que nos llegan (whatsapp, correo electrónico, tuit…) están pensados para que el recado quede ahí y lo contestes cuando puedas. Aunque la presión social nos empuja a responder enseguida y así, sin darnos cuenta, cada vez usamos el móvil más horas al día y nos hacemos dependientes de él.

Vale, es una caricatura, pero ¿te reconoces un poco?

Los móviles nos sirven para acercarnos a los que están lejos, pero su uso constante nos aleja de quienes tenemos al lado compartiendo espacio físico.

Usar el teléfono móvil mientras estás con tu hijo te distrae y pierdes la oportunidad de atenderle como merece y necesita.

Los gestos y ruiditos de un recién nacido transmiten información de cómo se siente –tiene sueño, hambre, está molesto…–. Al principio no sabrás qué significa cada uno porque necesitas conocer a tu hijo y entrenar tus circuitos maternales o paternales, poco a poco, cuánto más respondas a esos reclamos más aprendes a diferenciarlos y ajustar tus reacciones. Es así cómo, entre tú y tu hijo, se genera ese vínculo protector y de cariño que durará toda la vida.

Las interrupciones constantes, del móvil o de lo que sea, te impiden conocer mejor a tu hijo y encima entrenas a tu cerebro a ignorar sus reclamos. Como no le haces caso, y te necesita, el niño se pone cada vez más irritable hasta que respondes, le estás enseñando que sólo con el llanto consigue tu atención.

Si no cambia nada, si sólo acudes cuando llora, se perpetuará el llanto como forma de reclamarte y más adelante, cuando sea más autónomo y pueda ya desplazarse por sí mismo, seguirá demandando tu atención de formas poco apropiadas. Llorando y gritando o poniéndose en peligro –subiéndose a las alturas, tocando lo que no debe, tirando cosas…–.

Por otra parte tenderá a imitar tu conducta. Te pedirá un móvil o una pantalla mientras tú estás con la tuya y, como no compartes con él lo que estás viendo, aprenderá que el móvil se usa para aislarse del entorno y conectarse con lo remoto.

Cuánto más tiempo dediquemos a los dispositivos móviles, menos tendremos para hacer otras cosas y aprender otras habilidades. Entrenamos nuestro cerebro y el de nuestros hijos a un único estilo de interacción y de aprendizaje. Lo que vemos y oímos a través del móvil está modificado por lo digital que tampoco nos ofrece olores, texturas ni sabores que experimentar. Empobrecemos los estímulos cuando más los necesitan para aprenderlos, pues en esta etapa vital los sentidos están aún desarrollándose.

En vez de recibir una información fiable e interesante de su entorno, de otros niños y de los adultos que le rodean, acepta la que, de forma remota y virtual, le ofrecen unos desconocidos que se le vuelven familiares de tanto verlos. A saber qué les estarán enseñando…

Más adelante, si no cambiamos la actitud, toda la información que reciba por la pantalla le resultará más plausible y verídica que la que tú le proporciones.

Todo esto redunda en la personalidad del niño y, con el tiempo, influye en la forma en que atenderá al mundo cuando sea adulto. A la larga, la falta de un apego y unas referencias sólidas, causa inseguridad en uno mismo y en las relaciones con los demás con efectos sobre la confianza en las propias capacidades y en el trato con los compañeros, los amigos o la pareja.

horario móvil

Estos y muchos otros, son los motivos por los que es mejor dejar el móvil a un lado cuando estés con tus hijos.

Sin embargo, el problema es complejo, ya que las razones por las que lo necesitas son muchas. Algunas son ineludibles, por ejemplo si tu móvil es una herramienta de trabajo, y otras muy difíciles de cambiar.

Existe una fuerte presión social a responder a los mensajes y todos hemos de luchar contra los malos hábitos. Los constantes sonidos de notificaciones, el estrés, el aburrimiento o la soledad son poderosos motivos para mirar el móvil y, a su vez, al mirarlo perpetuamos el círculo vicioso que queremos romper…

La buena noticia es que si alejas el móvil de tu vista mientras estás en casa, simplemente lo dejas en otra habitación, seguramente te resultará más fácil centrarte en las actividades familiares.

Volvamos a la cifra mágica, tu hijo está conectando entre 700 y 1000 nuevas conexiones cada segundo, ¿de verdad que no puedes apagar tu móvil?

___________________________[sobre esta información]

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4 Comentarios

  1. Tener conciencia de los hábitos que tenemos puede ser la clave. Como el hábito es automático, te levantas, y cuando te das cuenta has perdido los primeros minutos del día mirando una pantalla. A mí, no sé si existen estudios al respecto, mirar el móvil me agota, me cansa, y a veces, incluso me pone de mal humor.
    Es cierto que el uso de la pantalla en los padres delante de los niños, además de dar un ejemplo lastimoso, hace que se pierdan oportunidades de aprendizaje e interacción, desde bebés, como explicas. Trabajo en un Centro de Atención Temprana y, aunque no lo tengo medido, un amplio porcentaje de padres reconoce que han abusado o abusan en cuanto a la exposición de los niños a las pantallas, por diferentes motivos.
    Las pantallas están ahí y lo seguirán estando, como nos relacionamos con ellas, será la diferencia.

    Un saludo.

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