Ser sordociego: lenguaje y comunicación

☀️ Neurodomingo 2021.26

Helen Keller nació en su casa de Tuscumbia (Alabama, EEUU) en 1880 y creció sana hasta los diecinueve meses cuando quedó ciega y sorda por una «congestión aguda del estómago y el cerebro» –seguramente escarlatina, sarampión o meningitis, todas prevenibles hoy en día con la vacunación–.

A pesar de su doble discapacidad, aprendió a conocer los objetos y las acciones cotidianas a través del olor y el tacto, pero no sabía que tenían nombres. Para comunicarse usaba señas que sólo entendía su madre.

Se mantuvo en esta oscuridad silenciosa durante siete años y entonces apareció su maestra, Ana Sullivan, quien la enseñó a comunicarse usando signos trazados en la palma de su mano. Eso lo cambió todo.

Todo tenía un nombre, y con cada nombre brotaba un nuevo pensamiento. 

Helen Keller

—lenguaje y cognición—

Keller avanzaba rápidamente en sus aprendizajes y con el tiempo completó sus estudios universitarios. Escribió varios libros, fue una activista y oradora en defensa de los derechos de las personas con discapacidad sensorial y fundadora de la organización Helen Keller International, dedicada a realizar investigaciones sobre la visión, la salud y la nutrición.

En «La historia de mi vida», su autobiografía, expone lo diferente que era su proceso mental antes y después de adquirir el lenguaje y sobre todo el gran cambio que le supuso entender que muchas palabras designan lo intangible, como las que expresan sentimientos. A medida que avanzaba en su conocimiento del lenguaje, podía profundizar en su pensamiento.

Cuando aprendí el significado de yo y descubrí que era algo, comencé a pensar. Fue entonces cuando la conciencia existió por primera vez para mí.

Helen Keller

Al leer a Helen Keller se comprende mucho mejor la importancia del lenguaje como vertebrador de la cognición y la conducta.

El desarrollo del lenguaje en los niños sordociegos

Las personas sordas utilizan la corteza auditiva para procesar los estímulos del tacto y los estímulos visuales en un grado mucho mayor de lo que ocurre en las personas oyentes.
The Journal of Neuroscience, July 11, 2012 • 32(28):9626 –9638

Tanto la deficiencia visual como la auditiva entorpecen el neurodesarrollo, por eso su detección precoz es fundamental. Un niño con sordera, puede utilizar el canal visual para aprender a comunicarse y uno con ceguera el auditivo, pero cuando coinciden la sordera y la ceguera en un mismo niños los problemas son mucho más serios. Sólo queda el sentido del tacto, las manos, para desarrollar la comunicación –receptiva y después expresiva–.

Los niños sordociegos siguen el mismo patrón y secuencia que los demás en el neurodesarrollo del lenguaje y la comunicación, aunque necesitan acompañamiento constante y todo sucede más lento.

Primero se interesan por los juegos de turnos con la madre o el padre. La ausencia de visión y audición obliga a utilizar los movimientos y el tacto como medios de comunicación. Después atienden al entorno, notan, saborean y huelen los objetos para probar sus cualidades y funciones. Enseguida se esfuerzan por compartir sus descubrimientos con sus progenitores.

Aunque su forma de expresarse difiere de unos a otros, todos buscan establecer y mantener interacciones significativas y alegres.

El niño sordociego recibe menos información: la falta de visión limita la imitación y la auditiva obliga a usar otros sentidos –tacto, olfato y movimiento– para entender las consignas. Por eso el aprendizaje de las experiencias emocionales es más difícil para ellos. Sin embargo, los estudios neurológicos indican que todos los bebés, con o sin limitaciones visuales o auditivas, tienen una capacidad innata para la comunicación social y es a través de la interacción con el otro como van a reforzarse los aprendizajes.

La estimulación emocional es imprescindible siempre y los padres deben saber que, aunque la respuesta tarde más en aparecer si hay déficits sensoriales, sus hijos van a responder de forma positiva a las interacciones alegres, lúdicas y, sobre todo, significativas. El cariño es el mejor alimento para el desarrollo positivo de los niños y para los sordociegos también.


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