Comunicación temprana en el autismo
🍁 Neurodomingo 2021.45
Se considera que el pintor ruso Vasili Kandinsky fue el iniciador de la abstracción y del expresionismo.
Para Kandinsky el arte debe transmitir los sentimientos. Así, busca terminar con las representaciones reales del mundo porque al centrar la atención en lo representado estorban la expresión de las sensaciones del artista, mientras que las formas abstractas son un mejor medio de mostrarlas. Fascinado por el simbolismo del color y la psicología busca la «respuesta del alma» al color y describe las propiedades emocionales que tendría cada tonalidad para crear un nuevo lenguaje.
Amarillo, rojo, azul, pintada en 1925, es la obra más importante de su época en la Bauhaus y en ella pone sobre el lienzo sus teorías sobre el color. Leído de izquierda a derecha el cuadro muestra los tres colores primarios –amarillo, rojo, azul–. El amarillo cálido ilumina unas formas rectas trazadas con líneas negras finas y ligeras que representan movimiento y se oponen a las más gruesas que delimitan las formas circulares y oscuras en color azul, que simboliza lo frío y estable. Entre los dos extremos se multiplican rectángulos y triángulos mezclados con formas más sinuosas en las que predomina el color rojo.
Para entender mejor lo que nos quería mostrar Kandinsky necesitamos conocer estos códigos de color que utiliza. Lo mismo sucede en el autismo, si conocemos sus códigos, la comprensión fluye. La cuestión es que no todos los códigos de las personas con autismo son iguales.
—la comunicación no verbal en el autismo—
El principal rasgo del autismo es la dificultad para la comunicación, tanto la verbal como la no verbal, que suele concretarse bien en un retraso en el patrón secuencial del desarrollo del habla –tardan en aparecer las primeras palabras, la formación de frases, el uso de pronombres, etc.–, o bien en la pragmática del lenguaje –literalidad en la comprensión y en la expresión, dificultad para respetar los turnos de palabra, para interpretar el interés del interlocutor, etc.–.
El neurodesarrollo de la comunicación y del lenguaje se inicia mucho antes que el del habla (recordemos que lenguaje y habla no son lo mismo), mediante el contacto visual, la sonrisa, el llanto, la mirada compartida o los gestos –como señalar, mostrar objetos, indicar acciones, saludar o dar besos–.
Sin embargo, en los niños cuyo desarrollo no es fluido, esa comunicación preverbal suele estar retrasada y ser distinta, resultando en esfuerzos comunicativos sutiles o imperceptibles para los padres y otros adultos.
Es pues imprescindible detectarlos para poder responder a ellos, ya que si el niño no encuentra respuesta bien se frustra y tiene rabietas o bien deja de usar esas formas de comunicación porque no le resultan efectivas.
Por el contrario, los niños con dificultades aprenden los gestos más tardía y lentamente, los usan menos a menudo y no siempre en el contexto apropiado. También muestran mayor dificultad en la imitación de gestos y acciones, lo que asociado a una mímica facial escasa y a que suelen evitar el contacto visual hace que parezcan desinteresados o distraídos y consiguen menos atención de su interlocutor, lo que disminuye sus oportunidades de interactuar.
Las formas más tempranas de comunicación son señalar –objetos o personas–, indicar acciones –como dormir– o gestos sociales –como saludar con la mano o asentir con la cabeza–. Los niños con un neurodesarrollo fluido triplican su repertorio gestual entre los ocho y los catorce meses de edad, además de usarlos con frecuencia y de forma apropiada.
En cambio, a menudo utilizan el gesto o el movimiento para dirigir al adulto hacia sus intereses. Es típico que el niño tome la mano del adulto para dirigirla hacia su objetivo, pero sin acompañar este gesto de una mirada o cualquier otro signo reconocible de intención comunicativa. Lo que sucede es que este gesto en sí es un claro esfuerzo comunicativo y no tomarlo en cuenta e intentar evitarlo es un error muy común.
Todas estas observaciones sobre la comunicación anterior al habla alertan sobre la sospecha de que hay un trastorno del neurodesarrollo, pero, en general y salvo excepciones, puede ser precipitado establecer el diagnóstico de autismo antes de los dieciocho meses de edad. Ya que, más adelante, esas dificultades iniciales pueden desaparecer o acomodarse mejor en otros diagnósticos, como discapacidad cognitiva, trastorno por déficit de atención hiperactividad o, con menos frecuencia, con trastornos que cursan con distintos grados de pérdida de contacto con la realidad.
En todos los casos, la detección de dificultades en el neurodesarrollo exige su atención inmediata y especializada, es decir, la que procure adecuar el entorno de modo que sea favorable para que el niño pueda desenvolverse mejor según sus habilidades.
A propósito de esta comunicación inicial diferente, un reciente estudio publicado en JAMA Pediatrics (septiembre 2021) ha demostrado que la atención inmediata a los signos tempranos de autismo disminuye el riesgo de cumplir criterios de TEA a los 3 años de un 20,5% a un 6,7%.
Y he hablado para la revista Hola! con Terry Gragera, explicando más a fondo la relevancia de este estudio.
Autismo: así influye la atención temprana
Atención temprana y autismo
La atención temprana no consiste en «entrenar» al niño para que responda al entorno de manera adecuada, sino en modificar el entorno para facilitar que el niño pueda desenvolverse de acuerdo a sus habilidades, que son distintas a las de los otros niños.
Esto, que resulta muy evidente en los trastornos motores, no siempre se propone así para las dificultades cognitivas o de conducta de manera que se pierden oportunidades de intervención al no ser capaces de entender esas señales comunicativas sutiles o esa reacción inesperada ante un suceso.
Me parece fundamental conocerlas mejor para dedicarles la atención que merecen.
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