El día más feliz del año

🌸 Neurodomingo 2021.25

La felicidad es una librería, el paraíso una biblioteca.

Allá por el tercer lunes de enero los medios de comunicación nos bombardean con la falacia de que la ciencia dice que ese es el día más triste del año, y lo llaman Blue Monday (porque en inglés estar blue significa estar triste y melancólico). Una tontería inventada por un psicólogo, que miente incluso en sus credenciales, para una campaña publicitaria… Pero estas cosas, anticientíficas, gustan porque apelan a nuestras emociones y eso nos hace sentir mejor.

Bueno, pues puestos a hablar de tonterías, el mismo psicólogo inventó también el Yellow Day, el día más feliz del año (contratado para otra campaña publicitaria), y resulta que es hoy, 20 de junio. Aunque es mucho menos famoso que su opuesto (las buenas noticias venden menos), he decidido usarlo de excusa para hablar de la ciencia de la felicidad. ¿Podemos definir la felicidad en términos científicos?

—neurociencia y felicidad—

Cuando tenía cinco años, mi sobrino Mateo despertó una mañana preguntándole a su padre: «Papá, si nos tenemos que morir, ¿para qué nacemos?» Y así expresó que ya tenía conciencia de lo humano.

Porque quizá los humanos seamos los únicos animales capaces de experimentar de forma consciente lo que la naturaleza nos exige para sobrevivir –alimentarnos, vestirnos, habitar una casa, procrear, etc.– y, además, encontrar placer y felicidad en cada una de nuestras elecciones, aunque también somos los únicos conscientes de que todo eso tiene un final inevitable.

Si el final nos iguala, ¿por qué no disfrutar de la aventura mientras dure?

Quizá la felicidad sea algo inalcanzable, difícil de medir y estudiar. Por eso parece más objeto de la Filosofía que de la Ciencia, pero la Ciencia puede valerse de la Filosofía para intentar una aproximación a la felicidad. Para Aristóteles la felicidad consta de al menos dos aspectos: hedonia –placer– y eudaimonia –una vida bien vivida– y los psicólogos de nuestro tiempo encuentran que en las personas felices coinciden ambos, ya que consideran que su vida es muy bonita y su estado de ánimo placentero.

El placer sería pues un componente importante de la felicidad.

Es escuchar esta canción de Pharrel Williams y ponerte de buen humor, si te dejas llevar es posible que hasta la bailes y pases un buen rato.

Pues bien, esta sensación gozosa que te provoca la música –o cualquier otro placer intangible, bien sea estético, altruista o trascendente– involucra a los mismos sistemas cerebrales que los placeres más sensoriales –comida y sexo–. Así que resulta lógico pensar que las actividades placenteras que son importantes para la felicidad –como las relaciones sociales y de amistad– también utilicen esos mismos mecanismos cerebrales.

Postulaba Charles Darwin que las emociones y las expresiones de afecto son la evolución de la respuesta adaptativa a situaciones ambientales. El agrado y el desagrado son reacciones destacadas en el comportamiento de todos los mamíferos y probablemente esenciales para su supervivencia y evolución.

Los circuitos cerebrales del placer

Los humanos tenemos en común con otros animales circuitos cerebrales de recompensa que al activarse generan placer. Son esenciales para la sensación cotidiana de bienestar. La anhedonia, la pérdida patológica del placer, es devastadora y síntoma en múltiples trastornos afectivos, desde la depresión a la esquizofrenia o la adicción.

Para resultar gratificantes los estímulos agradables deben procesarse y provocar reacciones cerebrales que transformen un mero estímulo en una experiencia feliz. En este complejo proceso mental participan elementos más sencillos que responden a distintos mecanismos neurobiológicos:

  • Agrado: el componente real del placer o el impacto hedónico de un estímulo agradable –«me gusta»–.
  • Deseo: la motivación para la recompensa, que puede ser una respuesta impulsiva o planeada –«lo quiero»–.
  • Aprendizaje: asociaciones, representaciones y predicciones sobre recompensas futuras basadas en experiencias pasadas.

Un mismo estímulo puede provocar una respuesta consciente o inconsciente para cada uno de estos elementos que, además, pueden activarse de forma aislada o simultánea y con distinta intensidad. Así que distinguir en una respuesta placentera el grado de participación de cada uno de ellos es difícil.

Para que una situación o vivencia nos cause felicidad primero tiene que gustarnos, el agrado sería pues el primer paso. La intensidad de atracción o rechazo –valencia hedónica es el término técnico– con que reaccionamos a un estímulo nos llevará a desearlo o no y para tomar esa decisión tenemos que tener alguna experiencia previa.

Algunos estímulos tienen más probabilidad de agradar que otros y, por su papel en la supervivencia de la especie, los vinculados a la ingesta de alimentos y al sexo son básicos –olfatorios, gustativos y táctiles–. También los estímulos sociales, aunque más abstractos, generan pertenencia y reacciones de recompensa social tan importantes para la supervivencia de la especie como los más básicos. Incluyen estímulos visuales –rostros–, auditivos –voces– o táctiles –saludos y caricias–, que cobran especial relevancia en los vínculos de pareja y en el apego entre padres e hijos.

Comer es una de las rutas más universales hacia el placer. El olfato y el gusto interactúan para facilitar la toma de decisiones y la experiencia hedónica.

1. Se identifica el sabor y el olor, pero sin experiencia previa no hay ninguna motivación hacia una comida concreta.

El agrado es fundamental en la valoración de los estímulos sensoriales para la toma de decisiones.

2. Tras aprender si un sabor y olor nos gusta, formamos representaciones sensoriales multimodales que nos motivan a comer o no tal alimento.

3. Valoramos la recompensa que nos supone esa ingesta particular. Por ejemplo si estamos llenos, es muy probable que rechacemos incluso nuestro postre favorito.

4. Nos avanzamos al placer de la ingesta, asociamos el estímulo inicial –por ejemplo el olor del pisto de mi madre– con el goce final –está tan rico que es mi plato favorito–.


Kringelbach ML, Berridge KC. The Neuroscience of Happiness and Pleasure. Soc Res (New York). 2010;77(2):659-678.

El esquema muestra las regiones sensitivomotoras, del placer y del cerebro social aproximadas en el cerebro adulto.

A. El procesamiento relacionado con la identificación y la interacción con los estímulos se lleva a cabo en las regiones sensitivomotoras del cerebro.

B. que están separadas del procesamiento de valencia en las regiones de placer del cerebro.

C. Procesamiento adicional de orden superior de situaciones sociales (como la teoría de la mente) en regiones corticales extendidas.


Además de estos placeres sensoriales y sociales básicos, hay una gran cantidad de placeres de orden superior que son relevantes en los seres humanos –monetarios, artísticos, musicales, altruistas y trascendentes– que dependen del aprendizaje.

Podemos imaginar lo complejo que resulta su estudio, aunque, como sucede con todas las funciones cerebrales superiores, serían combinaciones de los placeres básicos que reutilizan sus mismos mecanismos cerebrales. Y esos procesos van surgiendo a medida que avanza el neurodesarrollo y el cerebro completa su capacitación, por lo que son, en gran medida, educables.

No parece mala idea educar el gusto de los niños –comida, música, arte, literatura…– y considerarlo una parte muy importante de su neurodesarrollo.

Buscar nuestro bienestar y los momentos placenteros nos hacen más llevadero el peso de nuestra mortalidad consciente y, quizá, sea lo más cercano a encontrar la felicidad.


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