Otoño, luz y patología cerebral
El cerebro y la luz
El cerebro sirve para adaptarnos al entorno, ajusta su actividad a los cambios ambientales para que nuestras funciones corporales y nuestra conducta sean adecuadas en cada momento.
Las horas de luz diurna y su intensidad son un estímulo externo determinante de la actividad cerebral. De día estamos activos y de noche dormimos, y el cuerpo funciona diferente en cada estado, sometido al ciclo sueño-vigilia.
La duración del día y la noche varía a lo largo del año –sobre todo en las regiones templadas al norte del Trópico de Cáncer y al sur del de Capricornio– porque la traslación de la Tierra alrededor del Sol hace variar las horas de luz solar que recibimos y produce las estaciones, que modifican los ritmos biológicos de todos los seres vivos.
A partir del equinoccio es cuando más se nota el cambio en la duración de la luz solar. En otoño cada 24 horas habrá 3 minutos menos de luz solar hasta llegar al solsticio de invierno, el día con menos horas de luz del año. En primavera sucederá justo lo contrario.
Este cambio gradual de la duración de las horas de luz permite a nuestro reloj interno ajustarse sin dificultades, pero si los cambios son bruscos la adaptación puede ser más difícil. Es lo que sucede en los viajes rápidos a largas distancias y también en los cambios de hora de primavera y otoño.
La disminución de las horas de luz se nota en la consulta de neuropediatría que se llena de cefaleas, epilepsias y tics, y de trastornos del ánimo que pueden acompañar a otros problemas.
El ciclo sueño – vigilia
Es el producto de nuestra adaptación al ciclo noche-día.

En 1962 el espeleólogo francés Michel Siffre tenía 23 años y decidió vivir durante 2 meses en la oscuridad de una cueva sin ningún contacto con el exterior, siguiendo solo sus impulsos y necesidades internas, a ver que pasaba…
Repitió el experimento en 1972, durante 6 meses y en el año 2000, con 61 años, permaneció 73 días bajo tierra.
En este vídeo [2:55 min] se explica como fue el experimento y su resultado.
Así descubrió que el ciclo sueño-vigilia humano sigue un ritmo circadiano («cerca de un día de duración») que dura algo más de 24 horas y que se «desajusta» cuando al cerebro le falta la referencia de la luz solar.
Este ajuste entre las horas de luz solar y nuestro ritmo circadiano se produce gracias a la compleja y precisa coordinación de estructuras cerebrales especializadas que funcionan como un «reloj interno» que responde a los estímulos lumínicos externos como si fuera un interruptor, de modo que cuando hay luz aumenta la actividad cerebral, y cuando oscurece la disminuye.
Otoño y patología neurológica
No sabemos exactamente porqué, pero ciertas patologías neurológicas aumentan su frecuencia en otoño. No es raro aventurar que la disminución en las horas de luz pueda contribuir a ello.
La cefalea
El dolor de cabeza que aparece al empezar el curso es un clásico que no pocas veces se despacha con un «excusas para no volver al cole». Pero no es una excusa sino una realidad, en otoño la consulta por cefalea puede llegar a aumentar hasta en un 31%, sobre todo en la pubertad.
Los cambios de rutina respecto a las vacaciones de verano contribuyen a este incremento. Cambian los horarios que favorecen una disminución de las horas de sueño, especialmente en los adolescentes. Las horas de las comidas varían y a menudo hay menos apetito en el desayuno, los niños van al cole sin desayunar y sin oportunidad para hacerlo hasta la hora del recreo. También hay menos tiempo para jugar al aire libre con lo que las pantallas vuelven a tomar mayor protagonismo y ambos factores aumentan la frecuencia del dolor de cabeza.
Los nervios por empezar el curso son también un factor que puede desencadenar el aumento de los dolores de cabeza, especialmente en los niños que empiezan el segundo ciclo de la enseñanza obligatoria.
No olvidemos que las migrañas pueden desencadenarse por cambios meteorológicos, siendo el otoño una estación de tiempo inestable no es raro que aparezcan más episodios.
La epilepsia
Hipócrates, el padre de la medicina clínica, ya observó que la epilepsia se presenta más frecuentemente en primavera y en otoño, y así lo dejó reflejado en sus Aforismos:
- En la primavera se ven manías, melancolías, epilepsias, hemorragias, esquinencias, reumas de cabeza, de garganta, tos, catarros, herpes, eflorescencias farinosas, manchas lívidas o blanquinosas, muchas pústulas ulcerosas, tuberculos y dolores de gota
– sección 3ª aforismo 20
- En otoño ocurren también muchas enfermedades de estío: además de esto calenturas, quartanas, ó sin caracter determinados: males del bazo, hidropesias, ptisis, dificultades de orinar, disenterias, lienterias, vólvulos, vómitos, dolores sciáticos, esquinencias, y accesos de asma, epilepsia, manía y melancolía
– sección 3ª aforismo 22
Estas coincidencias nos hacen pensar que la cantidad de horas de luz y la sincronización de nuestro reloj interno, tienen sin duda una relación con la aparición de crisis agudas y de epilepsia, aunque no sepamos todavía bien como sucede.
Los tics
Los tics en la infancia son bastante frecuentes, especialmente entre los varones. La mayoría de veces son banales y transitorios, desaparecen con la edad.
Empeoran cuando el niño está cansado o nervioso y esto es frecuente por los cambios de horario que suceden en otoño en relación con el inicio del curso. También son más frecuentes si el niño está aburrido, así que… el tiempo de ocio de calidad ayuda a mejorar los tics.
La depresión
La disminución de las horas de luz nos pone melancólicos a casi todos. Si hay una tendencia a la depresión o problemas neurológicos que la favorezcan, en otoño es fácil que empeore sus síntomas.
Determinados pacientes se adaptan peor a la disminución de los estímulos lumínicos, esto altera los niveles de los neurotransmisores cerebrales y de la melatonina, la hormona más implicada en el ciclo sueño-vigilia, que si aumenta en exceso produce somnolencia diurna y letargo.
Trastornos del neurodesarrollo
El cerebro es un órgano ordenado y por tanto agradece el orden y la rutina, que le hacen más eficiente en su tarea de responder adecuadamente a las circunstancias del entorno.
Este mantenimiento de rutinas, orden y horarios estables es especialmente importante cuando hay un trastorno en su neurodesarrollo. Los trastornos del neurodesarrollo repercuten en la conducta, que mejora siempre que hay pautas y rutinas bien establecidas.
Los niños con Trastorno por Déficit de Atención Hiperactividad –TDAH– se muestran distraídos y/o excesivamente movidos. Presentan dificultades en organizar y procesar la información que reciben y es por eso que el orden les ayuda.
En los Trastornos del Espectro Autista –TEA– predomina la falta de comprensión del entorno debido a las dificultades en la percepción, integración y análisis de la información. Estas dificultades determinan los procesos mentales de los niños con autismo que prefieren mantener las mismas rutinas, toleran mal los cambios en el entorno que alteran su conducta.
En la discapacidad intelectual el rendimiento cognitivo también es mejor si se estructura la información y se mantienen las rutinas.
Conclusiones
Cuando el entorno es conocido y estable el cerebro es más eficiente en sus tareas adaptativas.
En otoño, además de la disminución de las horas de luz solar, sucede un cambio en las rutinas que favorece la aparición de determinadas patologías neurológicas y entorpece la buena evolución de los problemas neurológicos de la infancia.
Es aconsejable estar atentos a estos cambios para intentar que tengan la mínima repercusión posible en el funcionamiento cerebral.
Un entorno y un horario estables favorecen el neurodesarrollo.
Los cambios estacionales son previsibles, y conocer su influencia en nuestro organismo resulta de gran ayuda para anticiparse a los problemas.
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Vídeo: «Michel Siffre: padre de la cronobiología» en Daily Motion.
Gráficos: por © mj mas. Si los usas cítalo y enlaza a esta entrada.
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