Alcanzada una edad los años vuelan. La percepción de cómo pasa el tiempo se acelera, todo parece haber sucedido ayer y sin embargo ¡hace ya un lustro de aquello! No te das cuenta y empiezas a contar cosas de hace cinco, diez años, luego veinte, ¡¡treinta!!
Sin embargo, la forma en que contamos el tiempo es invariable desde hace milenios y su duración también. Y es que, aunque no lo apreciemos, un año da para mucho.
Tantas horas del año que se consumen en rutinas, esenciales o de poca importancia, no nos detenemos a pensar demasiado en ellas…
Otras en grandes eventos –casarse, tener un hijo, acabar los estudios–, momentos vitales que almacenamos para siempre en la memoria.
En cambio, me atrevería a decir que la mayoría de las horas –no ya del año, sino del día a día–, las ocupan instantes placenteros que nos sacan una sonrisa, incluso en situaciones de máxima preocupación.

Esa charla de los viernes con los amigos al acabar la semana laboral, la hora del baño de tus hijos, un abrazo inesperado que te hacía falta, la mantita y el libro en las tardes de lluvia, el café con leche del desayuno del domingo, una escapada de fin de semana, las olas de la playa en un día de mucho calor, ese esfuerzo para acabar los 5Km de carrera…
Como ya me ha alcanzado esa edad del «tiempo volador», mi propósito del año nuevo va a ser hacer conscientes esos ratos de pequeñas satisfacciones, para que no se me escape ninguno. Aunque luego los olvide, por irrelevantes, nadie podrá arrebatarme las humildes delicias que hilvanan la vida.
Y eso os deseo a vosotros también. Un deseo modesto, pero sincero, de verdadera
felicidad para el 2023.
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Por María José Mas