Año nuevo 2022

El día que empieza el año es un día arbitrario.

La Tierra gira sin descanso alrededor de nuestro sol. Sin escape posible al mecanismo celeste, completa sus órbitas sin pausa, fuera de nuestro control, ajena a nuestros cálculos del tiempo que sólo importan a la mente humana.

Jano, el dios de las puertas de la mitología romana. Simbolizaba los inicios y los finales, dio nombre al primer mes del año.

En occidente, nos regimos por el calendario solar gregoriano y, siguiendo la tradición romana, decidimos que el 1 de enero es el día de Año Nuevo.

Sin embargo, la cultura hebraica y la china utilizan un calendario lunisolar, que marca el tiempo teniendo en cuenta las fases del Sol y las de la Luna, pero no por eso su día de año nuevo coincide. Mientras que para los judíos el año en curso comenzó el 7 de septiembre de 2021 –1 Tishrei, 5782, es decir, 5782 años después de que Dios creara a Adán y Eva–, para los chinos empezará el 1 de febrero –4720 zhēng yuè, el día con luna nueva más próximo al equinoccio de primavera una vez pasado el solsticio de invierno–. Para los musulmanes el calendario es lunar y empieza a contar con la Hégira, cuando Mahoma huyó de la Meca a Medina, el día de año nuevo, 1 muharram 1444, corresponderá al 30 de julio de nuestro calendario gregoriano.

Pura arbitrariedad. Elegimos las fechas, según tradiciones y gustos, para marcar el inicio de un proceso cíclico que resulta infinito visto desde la perspectiva de nuestra limitada existencia.

Cuanto más vivimos, más rápido parece que se consume el tiempo. Porque la percepción del tiempo también se adquiere y es plena hacia los siete años de edad.

El caso es que el tiempo pasa y con él nuestras vidas. De la concepción al nacimiento, del recién nacido a la niñez, del niño al adolescente y de aquí al adulto. La juventud, madurez, ancianidad, son estados de nuestra supervivencia que continua hacia el inevitable final.

Epigenética

Todo ese recorrido vital está marcado por nuestra biología y, en última instancia, por los veintipico mil genes que la definen, programados temporalmente para activarse en un momento dado, pero determinado según las circunstancias del entorno. Estamos empezando a comprender todas estas intrincadas relaciones entre lo que clásicamente se ha llamado naturaleza y ambiente, que en realidad no son opuestos, sino que son inseparables en la historia de cada uno de nosotros.

Esta interacción entre genes y medio ambiente es la que permite la adaptación y evolución de los seres vivos, la que hace de cada uno de nosotros una persona irrepetible.

Pero mientras que los genes, la secuencia de tu ADN y del mío, es la misma durante toda la vida, nuestro entorno, nuestras circunstancias, cambian.

Factores como la dieta, el estrés, el clima o la exposición a agentes químicos o patógenos (¡qué os voy a contar a estas alturas de la pandemia por COVID-19!) pueden modificar el ADN mediante marcas que, sin alterar la secuencia de los nucleótidos, perduran en las sucesivas divisiones celulares e incluso pueden transmitirse a la descendencia. A este proceso lo llamamos epigenética y el impacto de estos factores depende de la etapa de la vida y del tiempo de exposición a ellos.

No podemos modificar la secuencia de nuestro ADN, pero podemos modificar nuestro entorno para mejorar nuestra supervivencia y evitar marcas en nuestro ADN que causen disfunciones a nuestro organismo.

Los romanos ya se deseaban un feliz año nuevo y se hacían regalos para invocar a los buenos augurios. Nosotros, además de heredar sus costumbres, somos conscientes de que tenemos que enmendar algunos malos hábitos y por eso nos hacemos propósitos de Año Nuevo.

Buenos hábitos de crianza

Cuanto antes en la vida procuremos establecer unas circunstancias favorables, menos malos hábitos adquiriremos y los resultados de supervivencia serán mejores porque cada vez tenemos más claro que lo que nos sucede en la infancia repercute para siempre en nuestra historia particular, lo negativo y lo positivo.

Hay una creencia errónea, fruto de modas mal entendidas, que dice que los bebés y los niños saben por naturaleza lo que necesitan y que debemos respetarlo. Pero precisamente nacemos sin ninguna de nuestras cualidades humanas completadas para que podamos adquirirlas en el entorno en el que creceremos. Es así como nos hacemos más competentes y eficientes, porque adaptamos nuestras cualidades motoras, cognitivas y conductuales a la cultura en la que vivimos y lo hacemos mientras se están formando.

En mi opinión lo que debemos procurar es precisamente un entorno organizado y dotar a los niños de unos hábitos básicos para que puedan mantenerlos toda su vida:

  • Horarios estables que les permitan dormir las horas de sueño apropiadas a su edad. Porque mientras dormimos nuestro cuerpo hace muchas tareas imprescindibles para su salud y el aprendizaje.
  • Hábitos alimentarios que cubran todas las necesidades nutricionales en cada etapa de la vida.
  • Organizar sus tareas escolares, una vez más con horarios regulares y bien definidos. Enseñarles la importancia de priorizar lo urgente e importante y de limitar el tiempo para cada tarea.
  • Hacer ejercicio a diario. Escoger una actividad física que favorezca el desarrollo de sus habilidades motoras, pero también su cognición y la importancia de las normas en la sociedad.
  • Dejar espacio al tiempo libre y a los juegos, esenciales para que crezca su cognición, imaginación y los vínculos con sus amigos.

Sé que son los consejos que se dan siempre, pero si ya te propusiste hacerlo el año pasado y no lo lograste, ¿cómo conseguir que este año sí se cumplan? –en este post di unas claves–.

Mi propósito de 2021 a examen

Los seguidores del blog sabéis que este año pasado me propuse escribir una entrada nueva todos los domingos del año. Debía tratar sobre un tema de neurociencia ilustrado con una obra de arte que tuviera libros –pintura o escultura–, además, podía añadir citas, música, etc. Una especie de colección que llamé Neurodomingo.

Aunque hay domingos en los que me arrepentí de ese compromiso, porque no llegaba, la verdad es que en su conjunto estoy satisfecha. Me ha servido para retomar aficiones que tenía abandonadas y para estudiar más a fondo temas que no son directamente de neuropediatría, pero que resultan útiles para su ejercicio.

He conseguido publicar cincuenta y una entradas este año pasado –2021 tuvo cincuenta y dos domingos–. Cuarenta y dos de ellas tenían una obra en la que había representado al menos un libro, de las nueve restantes tres eran abstractas y las otras seis son cuadros que me encantan y no podía dejar de utilizar. Hice una pequeña trampa en agosto, pues aprovechando que participé en el programa de radio No es un día cualquiera – edición verano, reutilicé algunos temas de neurodomingos anteriores, eso sí, ampliados y con más profundidad o con otro enfoque.

En general creo que he cumplido bastante bien. Espero que os haya gustado.

Sé que el blog parece un formato anticuado y que los podcast o los directos de internet cobran fuerza como herramientas de divulgación. Pero también sé que lo que se lee se entiende y se recuerda mejor –y si es en voz alta, aún más– y mi propósito es precisamente ese, ayudaros a comprender la patología que atendemos los neuropediatras.

Por eso, este año 2022 en que el blog cumple diez años -sí, a mí también me sorprende–, continuaré publicando (al menos lo intentaré) una entrada dominical, pero con temas más médicos y con más aplicaciones prácticas. Deseo que os siga resultando útil.

A todas estas…

¡Feliz Año Nuevo!

_____________________[sobre esta información]

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